05 Mar Nuestr@s hij@s, un blanco fácil.
Desde que soy madre, me sorprenden las observaciones y percepciones nuevas que se despiertan en mí y que no me planteaba, al menos de la misma manera, antes de serlo. Miro a mi hija y la veo confiada, entregada, vulnerable. La veo transparente y permeable a todas las cosas que pueden ir pasando a su alrededor.
Esto, a momentos, me otorga una sensación de poder que hasta me asusta. Todo lo que diga o no diga, grite, me enfade o no me enfade, lo que haga con mis emociones, con mis situaciones… todo, en cierta medida, llega a ella y le penetra dentro de su experiencia. Yo, porque soy madre e implica lo que implica. Pero también el padre, los abuelos, y todos los adultos de referencia para ella pasan a ser una parte importante y protagonista en este sentido.
Me ha asustado, a momentos, pensar que por el hecho de ser mayor que ella, me crea con más derechos. Que por el uso de la fuerza, tanto física como emocional, pueda querer mandarle, decirle que deber ser o no ser de una determinada forma, que debe hacer tal o cual cosa. Sólo el hecho de pensarlo, de ponerme en el rol, el sentirla a ella tan entregada, confiada e incondicional, me obliga a hacer una profunda reflexión sobre qué consecuencias pueden traer según qué respuestas y reacciones.
A veces, ella puede estar un poco más intranquila. Por lo que sea. Está en su derecho. Porque tiene sueño, porque tiene hambre, porque no sabe lo que tiene, porque está aburrida, porque tiene frío, o calor, o vete a saber. Me observo a mí como, algunod días, puedo sostener y acompañar este estado con calma. No le digo nada, simplemente estoy con ella, la acojo, navego a favor de la paciencia, dejo que haga su proceso hasta que, o porque se duerme, o porque come, o porque quiere, se calma. Otros días, pero, no tengo esta capacidad de mantenerme de esta manera. Entonces me descubro irritable, impaciente, ya momentos haciéndole comentarios como: “va, basta, calla, duerme, cálmate, etc.”. Y no amorosa, sino nerviosa. Desde un juicio como que ella no está haciendo algo bien y soy yo la que sabe lo que debe pasar y ser.
Ella, que es aún pura, esencial, auténtica e inocente, que aún no tiene una mente contaminada que quiera hacer daño ni molestar. Ella, que simplemente está entregada a la experiencia de cada momento, que aún no vive ni en el ayer ni en el mañana sino que transita el eterno ahora incansablemente. Ella, que no busca más que satisfacer sus anhelos curiosos de bebé que empieza a descubrir mundo.
Cómo yo, como adulta, puedo hacerlo para procurar no tirarle todas mis expectativas y frustraciones. Porque cuando digo que nuestro hijos, o hijas, o pequeños/as que nos rodean son un blanco fácil, me refiero a esto. El camino fácil (e inmensamente doloroso) es este. Convertirles a ellos/as en contenedores donde poner nuestro sueños, deseos, odios, amores, desamores, intranquilidades, proyectos, proyecciones, ilusiones, idealizaciones, y un largo etcétera. Y, como he dicho al inicio, ¡esto es tan fácil! Porque ell@s nos miran, entregad@s, amoros@s y confiad@s, esperando de nuestra mirada y atención. Todo con lo que queremos cargarl@s, lo conseguiremos, podremos hacerlo, tenemos este poder. Sólo desde la consciencia y desde la absoluta responsabilidad personal podemos cambiar este guión, o comenzar a cambiarlo, para que cada vez más podamos liberarl@s de todas estas cargas, mientra a la vez nos liberamos a nosotr@s mism@s.
¿Cómo hacerlo? Como todo proceso de crecimiento, la mirada debe ir hacia un@. SIEMPRE. No hay otra alternativa. El proceso de maduración personal para por auto responsabilizarnos de la propia experiencia. Sea cual sea. Mirarla, leerla, integrarla y decidir qué hacer con ella. Pero nos ocurra lo que nos ocurra nos pertenece y es cosa de cada cual asumirlo. Con esto me refiero, por ejemplo, que ante la situación que se presente, la pregunta que debe seguirla puede ser: “¿qué me pasa a mí con esto?”. Y sólo desde aquí tenemos realmente la posibilidad de cambiar algo, si es que hay algo que podamos cambiar.
Volviendo al ejemplo que he puesto de mi hija. Hace unos días que reflexiono con esta idea, pues me he ido dando cuenta que no hay nada malo con que ella se queje i esté más o menos nerviosa. Ella tiene su derecho. Su expresión, su manera, y ahora es esta. ¿Quién soy yo para querer cortársela? ¿Para decirle que no lo está haciendo bien? ¿En serio? ¿Ya? ¿Con nueve meses? No, no pienso que este sea el camino. Si desde tan pequeña ya estoy intentando podarle algunos comportamientos (cuando ahora son absolutamente viscerales y auténticos), ¿qué haré cuando tenga cinco años? Aquí, pues, es cuando se me plantea una nueva mirada. La que se despierta en mí y no es porque siga ninguna teoría en concreto. La que me cuestiona esto: “¿Qué te pasa, a ti?”.
¿Qué me pasa a mí? ¿Qué me pasa a mí cuando después de un largo día no hay manera de que ella se duerma? Y me pasan muchas cosas. Puedo estar cansada, saturada; puedo necesitar un rato de libertad, de tener mi tiempo… y esto me puede hacer sentir frustrada, enfadada, rabiosa, etc. Todo, TODO, es absolutamente lícito. Pero repito. Es lícito como yo me siento, es lícito como ella está. Sólo que si no le pongo consciencia a esto, lo que me sale como vía fácil es abusar de mi “poder” y querer que ella esté como yo necesito que esté para poder estar como yo quiero estar.
Pienso que todas las situaciones de la vida son espejos que nos permiten vernos a nosotr@s mism@s, despertar aspectos que debemos despertar, para seguir profundizando en nuestra conciencia y poder cada día sanarnos y liberarnos un poco más. Leer las experiencias de esta manera hace que no crea en las casualidades, y que sienta que cada cosa que pasa en mi día a día tiene un sentido. Precisamente, l@s hij@s son de todos los espejos el más grande. El castrarl@s a ell@s, el cortarles los impulsos, el decirles qué deben decir y qué no, es hacérnoslo a nosotr@s. Porque cada vez que no dejamos que Sean, no nos dejamos Ser. Porque todo el tiempo que pasamos opinando en cómo deberían ser o no ser, es tiempo que nos quitamos de mirarnos a nosotr@s y cuestionarnos si estamos yendo por donde queremos ir. Si la vida que vivimos es la que realmente queremos vivir.
Pienso que es imprescindible el hacer una cuidadosa lectura de todas aquellas cosas que “queremos” y que “no queremos” para nuestr@s pequeñ@s. Pues todas y cada una de ella están hablando de nosotr@s. De nuestros miedos o deseos, de lo que no pudimos realizar y querríamos que ell@s hicieran, de nuestros traumas y bloqueos, de nuestros padecimientos no resueltos, entre otros. Sólo volviendo esta mirada hacia dentro, dando un espacio a lo que ha sido y a lo que no ha sido en nuestras vidas, dará la oportunidad a que nos podamos poner en paz y, de esta manera, dejar que ell@s vivan sus experiencias.
Más que nunca, el momento de la maternidad/paternidad es una gran oportunidad (diría que obligada) para revisarnos y mirar dónde estamos. Si somos felices o no. Qué cambios querríamos en nuestra vida. Si estoy viviendo desde la creatividad o desde la rutina. Si me gustaría hacer otras cosas que no me permite mi día a día. Si con nuestra pareja estamos teniendo la relación que necesitamos, o hacen falta cambios. Si tengo cosas que decir a determinadas personas que ayudarían a que me sintiera más en paz. Sea como sea, hacer un vaciado, una gran revisión interna, que permita que nos podamos ver con mayor profundidad y, así, poder liberar a nuestr@s hij@s de todo aquello de lo que yo no me he hecho cargo.
Porque, al final, aquí cada un@ viene a vivir su leyenda personal. Yo, como individuo, sigo escribiendo la mía, aparte de ser madre. Y mi hija, más allá de haber llegado a través mío, es un Ser libre que viene a escribir la suya. Pienso que recordar esto es un acto de amor y altruismo que deberíamos recordar cada día de nuestra vida.
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