16 May La noche oscura del alma.
Caen lágrimas por las mejillas. Resbalan, huidizas. Sensaciones vivas en el pecho, en el estómago. Como un volcán en erupción interno, que sigue su proceso sin pedir ningún permiso.
El alma… desde pequeña que me ha gustado esta palabra. Me ha dado un sentido, quizás intuitivo… al no haberla visto nunca, pero si percibido. En mi vida, en mis sueños, en mis decisiones, direcciones. Esta parte diría inmutable dentro de uno, y que sin embargo se envuelve de tantas cosas que a veces es difícil llegar a ella de nuevo. Hasta que de manera sutil y silenciosa, desde una fuerza que se escapa a las dimensiones de este mundo, se impone para mostrar su voz, su canto, su don.
Es duro no entender cuando nos han enseñado a creer que debemos tenerlo todo en orden y controlado para estar bien. Parece ser que a partir de cierta edad deberíamos tenerlo todo colocado para poder aseverar que nuestra vida tiene algún tipo de sentido. Y, a la vez, es cada vez más común en esta época encontrar a personas que cada vez saben menos, que tienen menos control, y que les es más difícil saber hacia dónde, cómo y con quién. Quizás esta es una buena noticia en el fondo. El alma no necesita hacerse entender, porque ya es entendida en lo más profundo. Hasta para nosotros mismos.
Cuando creemos conocer todas las respuestas, de repente cambian las preguntas del guion. Y una sensación de desorientación, desolación… suele manifestarse. Uno no sabe cuan larga puede ser la tormenta. Tampoco se sabe en qué momento exacto volverá a brillar la luz clara que indique la dirección a seguir. Quizás lo más duro es tener que vivirlo solo, por mucho que no lo queramos. El proceso de individuación, como decía Jung, debe hacerlo el hombre consigo mismo. Su búsqueda personal, bajando a los infiernos de su psique, de su historia profunda. El mirarse en el espejo perfecto de su conciencia para algún día poder volar más libremente.
Al Ego le cuesta aceptar que, por mucho que se resista, ha aparecido un vendaval que se lo ha llevado todo. Todo… y durante un tiempo no queda nada. Desierto, sin oasis. Y caminamos por la calle y mirando las caras de la gente, podemos cuestionarnos si hay alguien que está experimentando este dolor profundo que uno experimenta. Un dolor que viene de las entrañas, no de la razón.
Pienso si esto pasará algún día. Si volveré a levantarme firme encima de mis pies, sintiendo claramente mi propio centro y aseverando con determinación sobre mis decisiones, mi opinión, mi ser. Mientras, en esta noche oscura, nada de lo que servía ya no sirve, nada de lo que me había contado tiene ahora un poco de solidez. . nada con lo que me había identificado tiene ninguna credibilidad. Vacío. Silencio. Es una muerte. Sí, la muerte debe ser algo parecido. Un final, el deterioro de un proceso. El tener que rendirse, soltar, decir adiós, decir basta, descansar. Librarse a lo que vendrá, sin resistencia. Confiando, al final, que el alma sabe más de lo que la razón puede concebir, y que si ha decidido que era el momento de romperse en mil pedazos era porque en alguna parte de nosotros mismos habíamos decidido que así fuera y estábamos preparados para vivirlo.
La vida es sabia. Nos rompe y nos vuelve flexibles como las hojas al viento, para que las tormentas que nos tenga preparadas de ahora en adelante, nos despeinen un poco menos.
Cuando la noche oscura del alma se acaba… uno ha cambiado, ha crecido, y nunca más vuelve a ser el que era.
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