18 Abr La terapia del vacío.
La terapia debe salir del campo, del momento presente. Del encuentro que se produce entre los seres que comparten.
La terapia no puede ser predeterminada, ni predicha. Es un voto de confianza, de salto al vacío. De estar con lo que haya en el momento. En confiar con la intuición de la persona y del propio terapeuta. En la observación atenta, en el amor al otro. El querer verlo, desnudarlo, intimidarlo hasta llegar a sus entrañas. Conectando con las propias. Porque un terapeuta tiene que haber entrado muy adentro para entrar realmente en el otro. Para poder explorar, un tiene que haberse explorado. Descubierto sus misterios, enigmas, secretos. Y estar siempre dispuesto a seguir, a continuar. Mantener la humilde actitud de que el camino justo acaba de empezar y queda mucho por aprender.
Nunca creer que sabemos más que el otro. Sino que es él quien sabe sobre sí mismo, hasta la medida en que puede. ¿Cómo puedo yo tener dominio o poder sobre la vida de una persona? Esto es una forma de maltrato, de dictadura. No. Si yo realmente confío en la sabiduría interna de la vida, sé y confío también en que quien tengo delante tiene todas las respuestas en su interior. Que les cuesta verlas, está bien. Que está hecha un lío, también. Y como mucho puedo pretender ayudar a que ella misma se deslíe, de descubra, se responda.
Una terapia debe ser humana, sensible, amorosa. Y desde la amorosidad podemos decir las cosas que quizás al otro no le gusten pero que creemos que le pueden hacer un bien. Siempre desde el respeto, desde un paso atrás. Nunca adelante. Aquí cada uno está escribiendo su leyenda personal, su aventura. No podemos violarla. Aunque veamos, aunque sepamos en un momento dado que sería mejor por aquí y no por allí. Per un buen terapeuta espera, confía, permanece atento y se maravilla con cada pequeño avance del otro, como si de un bebé se tratara descubriendo las partes de su cuerpo y de su propia existencia.
¿Qué no lo hemos hecho nosotros esto, antes? No podemos empujar a alguien a un acantilado si no está dispuesto a abrir sus alas. Quizás las tiene que descubrir, aún, y es perfecto.
La terapia es un vacío tan grande, que a veces me da vértigo. Me sería más fácil contar con un montón de técnicas que me dijeran en cada momento qué hacer, qué debo responder en cada pregunta. Pero entonces dejo de ver a quien tengo delante. El encuentro deja de ser mágico. ¿Cómo puedo encapsular la vida en cuatro técnicas? ¿Cómo se supone que debo explicar el misterio de estar aquí con algo estudiado? Lo que sale es del momento, es rebelado si escucho. Si me abro, si no pretendo controlar. SI miro al otro y le veo, le respeto y le siento. Y por un momento me voy de mí misma y viajo a su cuerpo y a su alma y sé qué siente, qué vive, con qué cuenta y con qué no, y desde allí entonces vuelvo a salir y le doy la mano para acompañarle sutilmente a ir descifrando los puntos clave de su existencia. Pero así, poco a poco, muy bajito, sin que casi se note.
Yo no puedo marcar el ritmo, es la vida quien lo hace. No puedo ser tan prepotente como para pensar que mando. No… la vida está pasando a través mío. A través mío y del otro. Y estar despierto a este acontecimiento es lo más grande que hay. Entonces el encuentro se produce y es mágico.
Es una profesión fascinante, para mí. Y a la vez… tan compleja, tan profunda, que requiere tanto de mi propio proceso, de mi propio auto conocimiento… que a veces me asusta. Y, la vez, me apasiona, doy gracias, y mi deseo es seguir conectando y confiando, cada vez más… para que ese vacío se haga más presente y más grande en mi vida y el control tenga menos cabida.
Y desde aquí respirar, vivir, sentir, avanzar, anhelar, permanecer, estar, suspirar, querer.
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