23 Jul Vivir con sentido.
Me dejo ir. No sé por dónde empezar. Hace mucho tiempo que no hago esto. Pararme, dejar que pase, no forzar, transmitir, manifestar lo que tenga que ser. Fácilmente, suavemente. El control de poco sirve en esta vida y, sin embargo, como nos cogemos a él. Cómo me cojo a él.
El control, la rigidez, el miedo. Mucho miedo. Control para que todo sea como quiero que sea. Control para que no pase nada que no quiera. Control para que haga sol o esté nublado. Control por si iremos aquí o iremos allá. Control para que las cosas sucedan en el orden que deseo. Control, control, control… ¿Qué quiere decir esta palabra?
El control, para mí, es la falta de confianza. Al no tener confianza, me encierro en una cápsula pequeña y no dejo que la vida hable a su ritmo, con sus versos. Que a menudo, poco tiene que ver con lo que esperaría o querría. ¿Y qué, al final? Será lo que tenga que ser, siempre y siempre. Tanto si me gusta como si no.
Un día, leía el libro de un hombre sabio, donde explicaba que una cosa es lo que nosotros queramos y proyectemos. Y tenemos derecho de hacerlo. Sin embargo, hay un sabiduría supero que nos rodea, algo mucho más grande que nuestra psique y nuestros anhelos. Si lo que nosotros deseamos y proyectamos va “en contra” de lo que el flujo de la vida dictamina, ganará lo segundo. Por nuestro bien más elevado, siempre. La vida sabe, el ego no.
Aquí es cuando entonces creo que aparece la teoría de “unir los puntos”. Esto lo leí un día, también, y me gustó. A veces, pasan cosas en la vida que parecen no tener ningún sentido para nosotros/as. Nos descuadran, no lo entendemos, estamos ciegos/as. Entonces, pasa el tiempo. Meses o años. Y si giramos la vista atrás, es cuando decimos “todo es como tenía que ser”, siempre. Tenía que estar allí, para que pasara aquello, para que conociera a no sé quien… y las experiencias, sean de luz o de sombra, al final, nos han dado un sentido interno. Siempre que lo queramos leer, descubrir.
La vida no es gratis. Nunca. Nunca y siempre. Me muevo entre estas dos polaridades. La polaridad de en medio sería el “a veces”. Y a veces es el gris. Está bien. Hace falta encontrar el equilibrio. Y, aún así, pienso que hay cosas que sí que son un extremo u otro. Entonces, vuelvo a decir lo mismo. La vida no es gratis, nunca. Nos es dada por derecho divino. Sí. Venimos aquí, un rato, experimentamos y “vivimos”, y un día nos vamos. Pero venimos aquí a hacer un trabajo. Siempre, también. Un trabajo anímico, interno, de poner luz en la sombra, de sanar todo aquello lo que en su momento no pudo ser sanado por nuestros/as antepasados/as, de poder convertir el odio en amor, de poder verme igual al/la otro/a algún día, a que las guerras mermen y nos hagamos uno. Y vete a saber cuántas cosas más. Tenemos trabajo, mucho trabajo. Y éste pasa por la responsabilidad personal y moral de querer hacerlo. Po eso digo que la vida no es gratis. Parece que lo es cuando queremos pasar adormecidos/as por este mundo. Como si las cosas no fueran con nosotros/as. Como si los pensamientos, emociones y síntomas fueran fortuitos. Frutos de la casualidad.
Una parada. Un brak. Mi pequeña me demandaba. Ha vuelto a dormirse.
Conecto y reconecto. A lo que sea que quiera salir de mí. Que no es mío. Nunca lo ha sido, nunca lo será. El sentido interno que nos lleva y que nos trajo aquí un día. Este sentido único. Íntimo, a la vez que global. Pero cada uno/a es responsable de éste por sí mismo/a. Somos responsables de nuestra vida, no víctimas de ésta. A la vez que tenemos el libre albedrío de cambiar el orden y vivirlo así, claro. Pero es mucho más interesante conectar, sentir, mirarnos y preguntarnos qué he venido a hacer aquí. Con qué tengo que hacer las paces, qué me queda por decir, por hacer, por asumir. De qué debo desprenderme aún para ser más yo; qué debo adquirir que aún me falta. Dónde está situado mi centro. ¿Lo he sentido nunca? ¿Qué necesito para acercarme a él? ¿Qué me aleja?
La vida pasa muy rápido, volando. Últimamente esto se me hace muy presente, muy figura. Personas que pensaba que estarían para siempre, ya no están. Otras que pensaba que serían eternamente jóvenes van envejeciendo. Su piel se marchita, a mí me impacta. Y después me miro en el espejo, y me doy cuenta que a mí la velocidad no me perdona, tampoco. Los días pasan, nos pasan, tanto si queremos como si no. Y, en algún momento, debemos preguntarnos si la vida que vivimos es la que realmente queremos vivir. Porque puede parecer que queda lejos, aunque no tengamos ni idea. Pero llegará el día en que tendremos que irnos. Miraremos atrás, veremos todo lo que hemos vivido, nuestros despertares y nuestros “buenas noches”. Y nos tocará hacernos la pregunta irremediable de: “¿He vivido la vida que realmente quería? ¿He cumplido con mi misión vital?”.
No nos juzgarán al final. Ni nos castigarán, ni nos dirán si lo hemos hecho bien o mal. Seremos nosotros/as mismos/as, nuestra percepción interna, que nos permitirá irnos llenos/as o vacíos/as. Arrepentidos/as o gozosos/as. Con la sensación de si lo he aprovechado realmente o he desaprovechado esta gran oportunidad a la que llamamos vida. Vivir. No sobrevivir…
Reconozco que la prisa del día a día no ayuda. Ni la multitud de estímulos que nos rodean. Para mí son demasiados. Al menos, personalmente, me facilitan el despistarme cada dos por tres. Al contrario de Vivir Presente es Vivir Despistado/a. Entonces podemos hacernos la pregunta: ¿En qué tanto por ciento vivo presente o despistado/a? Y en función de cuál sea la respuesta, puedo decidir si ya me está bien o quiero hacer cambios.
Recordemos que tanto si hacemos una cosa como la otra, la vida seguirá pasando. Porque ella no tiene ningún problema, ni bloqueo, ni inconveniente. Ella baja como un río fluida hacia su Fuente todo el rato. Y los animales, la vegetación, el Cielo y la Tierra van con ella. Y los/las que viven más cerca de todo esto también. Preguntémonos si son todos estos/as los/las que están equivocados/as, o somos los/las que nos hemos desconectado de nuestros orígenes y hemos entrado en una sociedad enferma los que deberíamos hacernos nuevos planteamientos.
Preguntémonos, también, por qué en una sociedad en la que lo tenemos “todo”, hay una tasa de depresión, ansiedad, suicidios y un largo etcétera como los que hay. Y un largo etcétera también de insatisfacción, de falta de sentido. Del hacer por hacer y el vivir por vivir. ¿Qué nos falta y de qué nos hemos olvidado? Nada que se compre con dinero. La gran mentira. El “cuando tengas todo esto te sentirás feliz”. Esta felicidad momentánea es la más frustrante de todas. Porque como más acumulas, más te das cuenta que no tienes nada.
Desnudémonos y descalcémonos un rato, vayamos a la naturaleza y dejemos que nos hable a través de las raíces que también tenemos. Conectemos nuestras ramas (brazos) con el cuelo que nos recubre y dejemos que nos cuente sobre aquellas memorias que están adormecidas pero no muertas.
Dejemos de ser quienes no somos y hagamos el camino de vuelta hacia nuestro origen. Aquello que vive desde muy adentro. Que nos habla sin gritar porque no le hace falta. Tanto si le prestamos atención como si no, él nos sobrevivirá. Y será el que un día, cuando sea el momento de decir adiós de esta experiencia, nos confrontará con nosotros/as mismos/as y nos rendirá cuentas sobre lo que hemos hecho o no, quiénes hemos sido y quiénes no.
Hacer un paréntesis en el día a día no es fácil. ¡Es tan engañoso, además! Nos da una identidad y una falsa seguridad que nos creemos. Que me creo. Y una larga lista de hacer cosas que nos alejan de la posibilidad de sentir el vacío con el que muchos/as convivimos. Sin embargo, me paro. De vez en cuando lo hago. Y a veces no pasa “nada”. Pero la suma de estos “nada” acaban siendo un nuevo despertar, una nueva profundización, un nuevo decir “basta” a lo que no es.
No puedo ni quiero perder el tiempo. La vida pasa. La vida nos pasa. Viviremos o sobreviviremos cada día hasta que ésta nos diga basta. Yo quiero hacerlo con sentido. ¿Y tú?
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